lunes, 12 de julio de 2010

Equipaje

Por Karina Comas
"A la escritura por otras puestas"
Año 2009

Miró una vez más a su alrededor: todo estaba en su lugar.
El pasillo le pareció largo, tal vez por su paso aletargado por los años que recorrían lento, sin prisas, pero con pausas. Eligió como destino la biblioteca, allí donde el infinito se filtraba por las paredes, con luces y sombras, con angustias y placeres. Con la memoria como aliada, se dirimió entre los lomos desgastados, los cosidos con hilo, los encuadernados modernos. Difícil elección, tal vez la más compleja de sus últimos años. La danza de autores y títulos la mareó por un momento. No había orden, porque la pasión no sabe de reglas y no reconoce estantes, ni colores ni tamaños. Y en esa topografía reconoció todo su andar y eligió el camino que se recorre a pie. Se paró frente a aquellas Mujercitas, a Papaíto Piernas largas, a los Cuentos para Verónica y tarareó Canciones para mirar con sus melodías eternas. Se apresuró y encontró aquella frase de El Principito mientras recordaba lo mucho que lo había amado. Y lloró con el ejemplar de Corazón, otra vez con lágrimas dulces pero viejas. Se sentó en el largo sofá de su abuelo, desplegó las alas y le pidió a Juan Salvador Gaviota que la llevara de nuevo a su adolescencia. Allí pudo apretar con fuerza a las Memorias de aquella joven formal y trató de atrapar algunos Cronopios que buscaban fama. Y entonces sintió que el Amor no respetaba los tiempos del cólera, que seguía existiendo porque siempre había un Profeta llamado Siddhartha. Y una sonrisa le dibujó la juventud, cuando los años se desperezaban en su propia escritura libre, cuando por fin se animó a entrar en castillos con fantasmas y leer Cuentos de Navidad. Pero aunque su alma quería dar la vuelta al mundo en ochenta días, sintió que sus raíces eran como las del álamo Carolina. Intentó respirar el aire fresco, pero el horror y el miedo habían paralizado sus tierras.
Entonces dejó fluir su sangre por las venas abiertas y escuchó las voces de aquellos que hablaban de empezar de nuevo, como tantas otras veces. Tocó arenas cálidas en busca de aquellos capitanes que buscaban afecto, los adoptó y los juntó en el Libro de los abrazos.
Guardó todo eso. Lo acomodó en su bitácora, junto a su bloc de notas y su lapicera negra de trazo fino y partió.